04 enero 2006

iii

iii
Supo por las siete colillas en el cenicero que ella no estaba. Entró y miró. Todo tal como lo había dejado. Entendió que ella le hacía falta para ponerse en orden. Se tiró en la cama con ropa y todo, cerró los ojos, se rascó las pelotas y luego volvió a poner las manos bajo la cabeza acomodando la almohada.

Quería fumar pero tenía el paladar irritado, quería tocar la guitarra pero le faltaban cuerdas. Baciló sentado al borde de la cama. Se detuvo luego, delante de la mesa de madera hastiada de tanto lío: cuadernos, papeles, planchas, radios, ropa, lío.

Quería ver su rostro y acercó su rostro a un sobreviviente cuarto trozo de espejo que aún le quedaba. La pelambre de su rostro le recordó que hacía cuatro días que ella se había ido.
Volvió a la cama de dos plazas que hoy le parecía demasiado grande. Se quitó la ropa y se tendió nuevamente con las manos bajo la cabeza. No sé por qué pero recordó sus pechos y hubiese querido tenerla al lado para morderlos, pero se contentó con cerrar los ojos para imaginarlos.

Se le antojó mear y al buscar el techo del baño, se dió cuenta que era tarde y que el cielo, único techo de su baño, estaba oscuro. No habían estrellas. Qué pena, alguien me dijo que en Lima no se ven muy seguido las estrella. Mentira -pensó- yo vi una, vive cerca al aeropuerto. Pero es mejor que no la vean, todos querrían llevársela a casa. Todo en silencio prolongado, entonces recordó que tenía que esconderse la trola en el calzoncillo.

Pasó por la sala-comedor-cocina y percibió por el rabillo del ojo que habían ollas que lavar.

Recordó que pronto se casaría, que era la primera vez que lo haría.

Qué bien, no faltaba mucho..apenas 12 horas...podía haber faltado más. Dormiré -dijo- así la horas pasarán volando. Se tendió de costado se acurrucó junto a la almohada y simplemente se quedó despierto.

"Cuentos" Pepe Arévalo

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